EL CARRO Y LA LITERATURA CULTA

 

Aut prodesse uolunt aut delectare poetae
aut simul et iucunda et idonea dicere uitae[1].

Horacio Epistula ad Pisones (vv 333-334)


Cuando Horacio avanzó en estos versos la eterna discusión sobre la utilidad de la literatura, seguramente que no imaginaba, por alta que fuese su autoestima, que le había de estar solicitando su autoridad o bien para justificar la función placentera, hedonista o bien para, contrariamente, rechazar el utilitarismo y reivindicar la función autónoma de la literatura.

Viene esto a cuento a la hora de justificar la clasificación, más o menos motivada, del puñado escogido de poemas de temática “cárrica” que se sigue en esta parte del trabajo.

Todos tienen en común ser de autoría conocida, posteriores al Rexurdimento y consagrados como pertenecientes a una tradición de cultura literaria con valores artísticos e voluntad de ser.

Podrían ser muchos más, pero son estos; todos poemas menos uno –el fragmento en prosa de Otero Pedrayo sobre el que se propones, como ejemplo, algunas actividades- y pueden tener valor pedagógico en las clases desde múltiples puntos de vista (formal, temático, léxico, gramatical, ...).

Evidentemente, todos hacen referencia a los carros del país o a elementos conexos con esa realidad: bien sea la otra labor atávica de la labranza gallega y universal, el arar, realizado con los mismos animales uncidos con el mismo o distinto yugo con el que tiran del carro.

Así, sabido ya el qué y el porqué, resta explicar el cómo.

Es inevitable que a la hora de clasificar este material literario haya zonas de solapamiento evidente que permitirían retirar un poema de un grupo para colocarlo en otro. Las obras no plurignificativas, monotemáticas, o de visión unidimensional no existen o no interesan. Lo que ayer se veía, hoy no aparece y lo que ahora descubrimos, en otro momento no era ni soñado. Por eso, los grupos atienden a una de las denotaciones y soslayan otras muchas connotaciones.

En la constitución de la literatura gallega contemporánea, cualquiera que sea la orientación (realista o costumbrista), la afirmación nacional no asimilada encuentra en el campesinado pobre y en los obreros del rural, también campesinos, la identidad y la mayoría del pueblo gallego; son los guardianes de la lengua, aquellos a quien los escritores aman y con los que se quieren identificar en el ser en los intereses.[2].

De esta manera, el carro del país, el carro de bueyes tan evidentemente característico de Galicia frente a otros territorios[3] tiene que ser seleccionado como símbolo identificador de la nación y de los gallegos. Y no sólo el carro, también todo lo que con el tenga que ver.

Cada poeta hará un tratamiento distinto de la significación de este elemento patrio, pero más allá de otras connotaciones y quizás desde una perspectiva reduccionista, triunfan dos visiones: la de aquellos que investigan simplemente en la esencia del símbolo identificador y la de aquellos que lo consideran instrumentos de combate frente a la agresión.

Ya se ha visto que la mirada rural y campesina de nuestros autores no es una mirada de evasión en la búsqueda de paraísos que nos separen de la tediosa y fea realidad; por eso, es normal que la labranza, los trabajos campesinos sean objeto poético de primer orden. Cada cual introducirá sus dosis particulares de idealización.

Con la vanguardia y la supuesta y radical ruptura con la tradición, el carro se desprende de las connotaciones que puedan parecer folclóricas o costumbristas y surge desnudo e pleno de plusignificaciones, como base de imágenes rompedoras.

Desde la visión campesina, el carro, bien material que posibilita el trabajo y que exige otras pertenencias (tierra, ganado, ...), sirve para acarrear las cosechas que el agro produce. Es quien marca la riqueza y quien la transporta; cuantos más carros, más cargados y más cantarines tanto mayor será el capital y la producción. Pero también es el vehículo que transporta las rentas que se deben pagar al señorío por el uso de las tierras. Nuestros poetas no olvidan la injusta estructura agraria ni los ultrajes e padecimientos sufridos por la clase campesina.

Se completa el conjunto con la visión que nuestros escritores tienen de realidades incardinadas en la esfera del carro: los animales domésticos que se crían y amansan para el trabajo o que, simplemente, forman parte del mundo campesino; o algunos aperos o utensilios necesarios en la labranza o en las tareas propias de quien vive entre animales e, en comunión, es uno con la tierra y con ellos.



[1] Los poetas quieren o ser útiles o deleitar

o tratar al mismo tiempo asuntos gratos e idóneos para la vida

[2] MÉNDEZ FERRÍN, X. L. : De Pondal a Novoneyra, Ed. Xerais, Vigo, 1984. pp 21-24

[3] El hecho de que los carros pervivan, también, en Portugal no hace más que alentar las corrientes reintegradoras.